Wednesday, January 30, 2008

EL HOMBRE SENCILLO

Chesterton debía de ser un tipo peculiar. El típico inglés (con gotas de sangre irlandesa) original. Al menos, sus ideas lo eran. Mentalmente era excéntrico, gustaba de serlo además. Nada le gustaba más que un buen duelo dialéctico. Dominaba el arte de formular paradojas: en ellas, la lógica hace una pirueta en el aire y nos enseña el trasero. La lógica se ríe de sí misma (y de nuestra perplejidad).
Podría haber sido un buen profesor (era un gran alumbrador de ejemplos), podría haber sido un gran abogado (era imbatible como polemista)...pero quiso ser periodista (un oficio entonces prestigioso) y escritor de novelas de misterio. Le gustó jugar con las palabras y su misterio. En sus novelas -para volver a su gusto por la paradoja- la apariencia sobrenatural del suceso se resuelve en una explicación totalmente común. Lo común es lo que explica lo maravilloso.
Chesterton creía en el poder de una visión sencilla de la realidad. Era un "realista" que desconfiaba de todo idealismo, del pensamiento emancipado de lo corporal y cotidiano. Para él el cristianismo tenía el atractivo de lo "real", pues es una fe en la que Dios se encarna, Dios nos salva haciéndose tan de carne como nosotros. Jesús evita la tentación de lo importante: no sistematiza, elude lo discursivo, lo abstracto, se dirige a su auditorio desde la emoción, no desde el pensamiento.
Como decía Jesucristo -también amante de la paradoja- los sencillos aventajan a los sabios en la verdad. Esa verdad, para Chesterton, podía encontrarse en la vida del hombre sencillo, el hombre corriente, el que en mayor medida encarna las emociones y sentimientos verdaderamente humanos. Y es en el encuentro con los hombres donde se experimenta la diversidad y riqueza de la vida. Por ello prefería a la ciudad la pequeña comunidad, el pueblo de pocos habitantes. La familia, las raíces...era allí donde encontraba la verdad.
Consideraba evidente la existencia del misterio en el mundo, más allá de los esfuerzos de la ciencia para razonarlo todo. Creo que él mismo consideraba un misterio el destino individual de cada hombre, pues Dios, como ser personal, no nos crea para diluirnos en la nada, sino uno a uno, para establecer un diálogo eterno (de amor) en el que nos llama por nuestro nombre, hacia una intimidad desconocida.