Sunday, November 04, 2007

VIAJE O COLECCIÓN

Uno puede coleccionar viajes, como colecciona sellos, monedas o fascículos. O puede uno viajar.
El que colecciona viajes va haciendo muescas en su guía turística (arma de la que va provisto a todas partes), con la determinación de un cazador de recompensas. Al que colecciona viajes "le falta" tal o cual monumento que ver, tal o cual lugar que visitar, y sin ellos el viaje no está completo. El que colecciona viajes tiene un tiempo limitado y quiere verlo todo. Se va con esa sensación de plenitud de no haberse dejado nada por ver. Y cuando vuelva, guardará la guía con sus restantes trofeos del periplo (facturas de restaurantes, tikets de transportes, fotos en los puntos señalados, con él sonriente en primer plano).
Pero puede que la esencia del viaje acabe por escapársele en medio de ese complejo canon de lugares y visitas imprescindibles. Porque el viaje es, fundamentalmente, interior. Es, en su mejor versión, algo que transformará al viajero. Pero eso no es común. Uno no puede sino viajar como vive: con serenidad o deprisa, con profundidad o superficialmente, abierto a los interrogantes o cerrado a cualquier influencia.
Con los vuelos de bajo coste, hoy todos pueden viajar. Pero no todo el que se mueve por el mundo es un viajero. Como no todo el que lee periódicos es un hombre informado.
Está bien que el viaje haya dejado de ser un signo externo de riqueza, ridículamente elitista. Ya no existe el club selecto de los viajeros, ni los cruceros están reservados a los millonarios. Pero esas masas que se mueven de un lugar a otro tras sus guías, son un pobre remedo del original romántico, del viaje verdadero, todavía posible quizás, pero sólo al alcance de unos pocos.

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